4.10.14

Co-op

Querida Noelia, entre este poblachón y tu París, queda claro cuál de las dos escogió la estancia en un sitio con glamour. No sabes lo que te echo de menos: ser vecinas este curso pasado es una de las experiencias que más me ha marcado, más bonita, más importante. Nos cuidamos bien. Y las dos sabemos lo que importan los cuidados, físicos y emocionales, los detalles pequeños. Mesa bien abastada y deseo de escuchar. Esta casa de catálogo de ikea es más un hotel, las conversaciones son agradables pero superfluas. Breves, en todo caso, en el momento de la cena cuando todo el mundo confluye en la cocina para luego desaparecer en su habitación. Para que te hagas una idea, hay una mesa enorme... ¡sin sillas! El único gesto de relación con la casa que he advertido en uno de los nuevos compañeros es el ritual de regar las muchas plantas que hay en las zonas comunes. Una parte de mí lamenta esta sensación de no-casa, de hotel o trinchera en mi propia habitación; la otra agradece la intimidad porque da lugar a la introspección y, tras estos meses, seguro que intuyes que no me viene nada mal. Te decía que nos cuidamos mucho y aunque fue en muchos sentidos, también lo fue en el práctico, en el material. Y hoy que me veo organizando la compra tras la última visita al supermercado, hoy que estoy en la tierra madre del materialismo, me apetecía contarte algunas cosas al contraste de esas de lo práctico, lo diario, lo minúsculo, que sin embargo suman y distinguen y vienen a no molestar a aquellas no materiales que de verdad importan. Enseguida me vas a entender. Importa que tú y yo tengamos una educación con la comida similar y que eso nos haya permitido compartir muchísimo al calor de los fogones: desde la perspectiva inicial que valora el alimento como esencial por encima de otros lujos superfluos hasta la posibilidad de intercambiar recetas, productos, trastos... Cada vez que entro en Elm City Market te invoco. Te pienso. ¿Cómo se las ingeniaría mi novia para comer bien, como quiere comer, con lo que hay a la venta en este bendito lugar donde te venden el perejil fresco a 3 dólares? Por lo que llevo observado -y al no tener coche no tengo acceso a los centros comerciales de la periferia- en esta ciudad hay varios supermercados para pobres, un supermercado cooperativo con productos ecológicos y de proximidad, y pequeñas tiendas de barrio en los barrios de más dinero que evitan que haya que desplazarse al exterior de la ciudad o a los super convencionales. Entiéndeme el pobres: grasazas a 1$. La extracción social, racial y el perímetro de la clientela se mensura a ojos vista. Para lo que no importa, yo voy a los primeros. Para la comida, al cooperativo, el del perejil a ojo de la cara. Echo de menos el término medio, es decir, en casa yo no compro en el club del gourmet pero entre eso y el super más tirado hay una oferta amplísima que permite, con un bolsillo precario, tirar bastante bien. Aquí eso es imposible y genera una brecha. Me gustaría saber si sucede igual en todas las ciudades del país, porque lo cierto es que conduce a la esquizofrenia: es difícil comer sano a precio razonable pero es tremendamente accesible todo lo relacionado con el deporte y la cultura del culto al cuerpo. Como si pudieras atiborrarte de grasa de la mala y luego ya expiarlo en el gimnasio, con botes gigantes de mierdas para fijar musculatura, perder líquidos o kill lípidos. Desde casa puede parecer que me he vuelto paranoica, pero cada día es una fiesta. Nunca he sido tan consciente de lo que como, ya sabes que yo no tengo especial querencia ni discursiva ni estética hacia lo orgánico. En todo caso -en muchos casos- un prejuicio marxista al respecto de lo que acaba siendo una distinción de clase más que una preocupación real por el medio, la producción o el cuerpo. Soy de terruño: para mí lo que le va a mi organismo es la huerta de mi tía Luisa, la carne de matanza, el buen pescado del Cantábrico. El amor al preparar, la paciencia en la cocina. Pero claro, aquí el modus vivendi es fast and furious, no otra cosa se puede hacer cuando los electrodomésticos son lo de lo mejorcito pero no hay sillas para sentarse a dar palique a quien te está preparando una cena rica. Fin de lo material. Quería compartírtelo porque mucho tenemos hablado de estas cosas y me siento menos obsesionada al respecto si lo escribo y si pienso que serías una estupenda vecina aquí en New Haven. La sociología de supermercado se me iba a hacer mucho menos cuesta arriba. Volvamos a los otros cuidados, los que se elevan por encima de éstos, acolchaditos en el amor de la lumbre y la copa de vino.Que nadie se engañe, la estancia de investigación no la valora la institución académica española como se merece. Como todo en casa, es un mérito al peso pero no al poso. Da igual que hagas o que no hagas, al final habrá una línea que remitirá a una universidad de más o menos prestigio. Pero tú y yo sabemos que en realidad es tiempo regalado al trabajo, tiempo en suspenso de otras obligaciones o cuitas.Tiempo para leer y escribir sin nada más, aunque todo lo demás se venga por gusto o inevitablemente con nosotras. Pero no somos máquinas y estamos lejos estos tres meses. Quería escribirte porque aquí hay dos tiendas de segunda mano que te volverían loca, porque no tengo casa al regreso pero sí cuchillos para la mantequilla, porque es raro invitarte a un espacio que aún no es pero tienes que saber que las puertas del mar están abiertas. Porque te tienes que cuidar, novia, en lo material y en lo otro. Y como no te puedo picar para el vino, el hummus y la música, te lo pido por aquí.

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